Texto: Álex Ayala Ugarte / Fotos: Álex Ayala y Gob. Municipal de La Paz
Dicen que una Miss es aquella que hace quebrar más mandíbulas a su paso; y puede ser. Son las 19:00 horas de un lunes y el café Beirut de la calle Montenegro es un hervidero de gente. Los clientes del fondo fuman hierbas aromáticas en unas pipas especiales y unas cuantas cabezas se giran cuando entran en el establecimiento Cassandra Camacho –18 años, nueva Miss La Paz Bicentenario–, su familia y su escudero, Ariel Rodríguez, empleado de la agencia de modelos Cinetel. Las mujeres –madre, hermana y la flamante Miss– sacan algunos centímetros a los dos hombres –Ariel y Víctor Hugo, padre de la reina de belleza–. De espaldas, salvo pequeñas diferencias, las tres se ven iguales. Se hace difícil distinguirlas. Y los hombres no las alcanzarían ni siquiera utilizando tacos.
Según Cicco (periodista argentino), “uno recién conoce a alguien cuando puede indagar en su heladera, en su cama y en su cuarto de baño, las tres áreas donde se satisfacen los bajos instintos”. Cassandra acaba de acomodarse y debemos confesar que ni dormimos con ella, ni abrimos su refrigerador ni entramos en su baño; pero sí pudimos descubrirla en las facetas que la hacen diferente, de carne y hueso: la familia, la cocina y el fútbol.
Ni dietas ni torturas
Cassandra, que viste de calle –un jean, una blusa anaranjada y una boa azul–, toma la carta y quiere ordenar un jugo de zanahoria. Sin embargo, Julie, su madre, nutricionista, quien tiene las riendas, sugiere que lo comparta con su hermana; ésta no acepta, pues se ha antojado café con leche (y recibe enseguida el visto bueno); y finalmente Cassandra pide un jugo de pomelo, aprobado cuando Julie pronuncia delicadamente la palabra “súper”, algo que en la familia se ha convertido en algo así como una contraseña.
Si la dieta es un sufrimiento y una tortura para la mayor parte de las modelos, tener una madre nutricionista es una bendición y parte del camino al éxito. Y si además tu padre está relacionado con la psicología es como ser poseedor de un secreto de Estado. “Miss Mundo ya no es de este mundo”, aseguraba el periodista Daniel Titinger de María Julia Mantilla, peruana de Trujillo que se alzó con la corona mundial en 2004 gracias, entre otras cosas, al maquillaje de una cirugía estética. Cassandra Camacho, en cambio, ha basado su victoria en el Miss La Paz Bicentenario en todo lo contrario, en ser caprichosamente ella.
“Cassandra ha llevado vida normal desde el principio –confirma Julie, que está a mi lado–. Por eso, yo nunca he estado nerviosa por el concurso. Jamás ha dejado de alimentarse y nunca nos hemos fijado en las calorías, porque hacer eso es un perjuicio para la mente. Simplemente, le hemos ayudado a que adquiera disciplina, a que utilice la comida como instrumento para disfrutar de una buena vida, no como una amante”.
Alma de gourmet
No caer en la tentación no ha resultado nada sencillo. Para Cassandra, combinar la pasarela con su mayor vocación –estudia para convertirse en chef– ha debido ser como meter al demonio en la cocina, como rechazar un vaso de agua en el desierto. “Antes –reconoce–, preparaba los platos, mediterráneos y europeos y en vez de probarlos los devoraba”. Ahora, sin embargo, únicamente los degusta, buscando sobre todo la fibra y los nutrientes. “Control”, ésa es la consigna. Y ahí es donde entra la figura de su padre. Víctor Hugo, alineado en la cafetería al lado de Cassandra, es su antítesis, moreno y chato; y al mismo tiempo, pilar fundamental para que ella, que no era la favorita entre las candidatas de este año, conquistara a los jurados. “Yo le he enseñado a manejar las críticas –explica–, las constructivas y las destructivas. La he preparado en el aspecto emocional. Le he mostrado cómo concentrarse y cómo transmitir su mundo interno”.
A su vera, Cassandra muestra esa seguridad aprehendida enfrentando a Ariel con voz pausada, como si masticara primero cada frase y luego la escupiera. “Necesito saber mis horarios –le reclama–; estaría bien que me pudieras avisar temprano para saber cuándo dormir, aunque sea un rato”. Ariel, al frente, toma nota. Él maneja su agenda. Es el personaje en la sombra que no existía cuando Cassandra fue Miss Primavera –o algo así, ya no lo recuerda bien– en una competencia colegial con 13 años; y que ahora se aparece como el arcángel Gabriel se presentó ante la Virgen María, para anunciar “nuevos milagros”. No es para menos, pues llegar al Miss Bolivia es casi como maná caído del cielo.
“Yo acompaño a veces a Cassandra un poco como si fuera su guardaespaldas –resume Ariel, quien acaba de darle un par de consejos al oído–. Nuestra agencia es como una isla en medio del mar y hay muchas cosas malas en este trabajo. Por eso, tratamos siempre de cuidar la dignidad y la integridad de nuestras chicas”.
La feminidad, a un lado
Pero Ariel tampoco puede estar presente en cada instante; ni Cassandra, sobrevivir en una especie de burbuja. Es por eso que, a diferencia de Heidi Klum, modelo alemana que ha asegurado sus piernas en dos millones de euros, o de Ana Bertha Lepe, Miss México 1954, que hizo lo propio en su época, Cassandra expone las suyas cada vez que pisa una cancha de balompié. Es bolivarista y juega en la delantera. Es Miss y también buena futbolista. Y cuando toca el balón su feminidad es como si quedara a un lado.
Son las 12:00 del martes 21 de abril y acabo de asistir a una de las transformaciones habituales de Cassandra desde que ha sido elegida como Miss. A las 10:30 estaba con vestido negro a rayas y enormes tacos asistiendo a una sesión de fotos; a las 11:00, enfundada en unos cachos pateando una pelota, con el número 13 cubriendo sus espaldas y el pelo recogido en un cola; y a las 12:00, en jeans y botas de piel –todo casual– de regreso a casa.
¿Y el fútbol? ¿Qué es lo que te ha dado? “Es un deporte machista, en el que te insultan y hay de todo, y eso me ha hecho fuerte”, dice la reina a modo de sentencia, consciente quizá de que en el Miss Bolivia, más allá de sus medidas (90-60-92), contará bastante el arte que tenga para esquivar las “zancadillas”.
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