Marcia Andrea Cornejo Vargas, Miss Colours 2014, no caminó como cualquier otra niña. Nació con atrofia muscular espinal tipo 2, una enfermedad degenerativa que poco a poco fue quitándole fuerza en los músculos, causándole dificultades en su motricidad, hasta dejarla postrada en una silla de ruedas a sus 16 años.
Aunque no veía con buenos ojos los concursos de belleza, la curiosidad y el deseo de querer hacer algo por las personas con discapacidad, impulsaron a Andrea a participar en el Miss Colours Internacional, que se realizó en marzo en Budapest (Hungría), en el que, de 50 candidatas, logró situarse entre las ocho finalistas.
Supo del certamen gracias a Internet. Se interesó porque le gustó el mensaje que promueve: que la belleza viene del alma, es muy subjetiva y tiene diferentes tipos y colores. Se inscribió, envió todos los requisitos solicitados y fue aceptada. Todo lo que consiguió fue por méritos propios y sin el apoyo de ninguna agencia de modelos, ya que ese era uno de los requisitos para ser parte del evento.
“Participar del Miss Colours ha sido una experiencia inolvidable por la calidad de personas que conocí y por todo lo que aprendí. Nunca soñé estar ahí porque siempre fuí anticoncursos de belleza, pero el certamen fue para mí un gran incentivo y una motivación para replicarlo en Bolivia”, señala.
Su vida
Subir las gradas hasta el departamento de Andrea, situado en un segundo piso del barrio Bella Vista, de la ciudad de La Paz, es todo un desafío para una persona que no está acostumbrada a los 3.600 metros sobre el nivel del mar. Pero lo es también para esta joven paceña, de 28 años, cuya única forma de movilizarse es a través de una vieja silla de ruedas que prácticamente ha cumplido su ciclo, después de 12 años de uso y cuyas ruedas están muy gastadas y no hay repuestos para cambiarlas
“Estoy esperando mi nueva silla de ruedas que es dual (manual y eléctrica) que se la están enviando desde Londres gracias a una tía que me la regaló. No me sirve cualquier silla, sino una especial que me dé estabilidad y evitar complicaciones”, cuenta.
Andrea nos recibe en su casa muy sonriente enfundada en una chompa negra, calza gris y botas negras, muy bien arreglada, maquillada y luciendo una medalla de la virgen de Guadalupe, que siempre la lleva, además de algunos accesorios que ella misma crea, ya que tiene un pequeño taller montado en su habitación para hacer bisutería, que luego la vende entre sus amistades.
Entrar o salir de su casa es todo un reto y tiene que hacerlo siempre con la ayuda de dos personas para cargarla en su silla de ruedas, porque ella no logra ponerse en pie, ya que sus piernas no tienen la fuerza suficiente.
Al llegar, cuatro perros nos dan la bienvenida, entre ellos, Winnie, la mascota que acompaña a Andrea desde hace 12 años. Su casa es bien sencilla, pero muy acogedora. Sin embargo, no tiene las condiciones que esta joven necesita y no pueden hacerle ningún tipo de adaptación, porque viven en anticrético.
Para entrar al baño solo puede llegar hasta la puerta, ya que el medio de transporte es grande y no cabe en ese espacio, de tal forma que le deben acomodar una silla en el interior.
En su sala, tiene varios portarretratos con fotos de niña junto a sus padres y hermanos. Algunos angelitos, hechos por su mamá, adornan un estante. Incluso hay un cuadro de Santa Cruz de antaño que llama la atención. “Es que mi abuelo materno era cruceño”, justifica.
Sus proyectos
Ha recibido varias propuestas de partidos políticos para formar parte de sus filas. Sin embargo, nada que a ella le interese y le sirva para luchar por su causa que es la de cambiar la Ley 223 para las personas con discapacidad, ya que si bien contempla y ofrece algunos beneficios, no son suficientes o no se cumplen.
“Por ejemplo, la norma establece que todo tipo de transporte sea por aire, mar o tierra debe ser gratuito para las personas que tienen cierta discapacidad: sin embargo en La Paz los taxis nos cobran Bs 5 más que a cualquier otra persona por el uso del maletero y eso es inconcebible, pero es cierto. Falta humanidad en la gente”, expresa.
Su proyecto ahora, dice Andrea, es lograr una ley parecida a la de España, donde las personas con discapacidad que no pueden trabajar reciben una renta mensual de 3.000 euros y les dan otros 3.500 euros para comprarse silla de ruedas, muletas o algunos de sus implementos. Incluso, agrega, el gobierno les paga hasta asistentes personales.
“Quiero una Bolivia más accesible e inclusiva, quiero que seamos tomados en cuenta como ciudadanos de primera clase, porque somos parte de esta sociedad y se nos tome en cuenta. Hay mucho que hacer, la ley es clara, los artículos son claros, pero no se los está aplicando y hay mucho por hacer”, argumenta.
Lo primero que hace falta, prosigue, es mejorar la infraestructura. La Paz, por ejemplo, es una ciudad muy accidentada y se hace necesario que arreglen las calles para que personas como ella puedan movilizarse solas, además precisan de un servicio de transporte más accesible. La inclusión al trabajo es muy importante, resalta, ya que hay buenos profesionales que si bien tienen alguna limitación, son capaces de aportar y hacer muchas cosas por el país.
“Hubo ocasiones en que me dieron ganas de irme a España, pero luego reflexioné porque creo que si Dios te pone en algún lugar y bajo ciertas circunstancias, como esta enfermedad que para mí es más que todo un aprendizaje, es por algo. Si estoy acá es porque tengo un propósito y una misión y no me voy a cansar de trabajar hasta lograr mis objetivos. Esto se ha convertido en una lucha de vida para mí y voy a seguir trabajando hasta lograr una Bolivia más inclusiva”, remarca.
No ha descartado participar en política, pero deja claro que no quiere estar de relleno, sino que pretende ocupar un cargo en el que se pueda generar leyes y hacer escuchar su voz, que también es la de los discapacitados.
Miss Colours en Bolivia
Desde que volvió de Hungría esta joven está trabajando en el proyecto para la organización del concurso, con el apoyo del Rotary Chuquiago Marka, evento que primero pretenden hacerlo en La Paz, para luego replicarlo en todo el país, con el propósito de enviar representantes bolivianas a otros concursos internacionales para personas con algún tipo de discapacidad.
“Queremos llevar a cabo un evento que no solamente dé cabida a chicas que se movilizan en sillas de ruedas manuales, sino que también puedan participar las que están en las eléctricas. Pensamos en un concurso más inclusivo. Les puedo asegurar que esto no se va a quedar en el papel. Este año va a salir sí o sí, para ello ya estamos buscando los auspicios”, afirma.
No se puso límites
Si bien Andrea no andó en patines, no se montó en una bicicleta, ni practicó algún deporte, ella asegura que fue más porque no le gustaba, puesto que si se lo hubiese propuesto seguro lo haya conseguido, de la misma forma como logró caminar y también viajar a Hungría, acompañada de su mamá. Su madre afirma que esta mujer valiente ha hecho lo que ha querido hasta cuando ha podido.
Hoy la enfermedad, que según dice, gracias a Dios, avanza pero a pasos muy leves, ha ido quitándole cierta movilidad. Por ejemplo ya no puede levantar normalmente los brazos. No obstante eso no la detiene ni la deprime. Incluso afirma que cuando se vio imposibilitada de caminar no se quebró, porque era algo para lo que ella estaba ya preparada.
“Los médicos dijeron que nunca iba a caminar. Aunque tardé un poco más que cualquier otro niño, lo conseguí y pude movilizarme hasta que a mis 16 años, mis músculos se debilitaron tanto, porque esta enfermedad es degenerativa, que me impidieron seguir caminando”, cuenta esta joven diseñadora gráfica que también estudió música en la Academia Boliviana de Canto y algo de cine, carrera que no pudo concluir por falta de recursos económicos.
Esas dificultades que tuvo para caminar no le imposibilitaron cantar, bailar y convertirse en la ‘estrella’ de todas las horas cívicas en el Colegio Mayor de San Genaro, de donde salió bachiller. Tampoco entumecieron sus manos para escribir más de 100 poemas, los mismos que un día espera publicar en un libro.
“De niña soñaba con ser bailarina de ballet. Todo el tiempo que estaba en la casa bailaba frente al espejo”, cuenta su madre, Roxana Vargas, mientras acomoda a Andrea frente a su laptop, donde pasa algunas horas investigando, leyendo y buscando novedades para las personas como ella.
Ese sueño de bailar sigue dando vueltas en su mente, y aunque no puede levantar mucho los brazos, ella ya está preparando un proyecto para enseñar coreografías y bailes a personas en sillas de ruedas.
Una mujer de fe
Andrea disfruta de leer. El libro que más le ha impactado es Roma, dulce hogar, que cuenta la historia de una persona que vuelve a su fe con el que se identifica porque desde sus 18 años a sus 25 años renegó de sus creencias religiosas “Pensaba que no necesitaba religión y que solo con Dios era suficiente. Ahora soy una católica reconvertida y muy creyente”, resalta.
Andrea quiere dejar una huella en el país y que se la recuerde como una mujer que luchó y defendió los derechos de las personas con discapacidad, por eso está empeñada en mejorar la ley y organizar un certamen para mostrar no tanto la belleza física, sino dar a conocer el talento, el carisma y la inteligencia de las mujeres en silla de ruedas, que es lo que en realidad debe primar y se tiene que exponer
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